La tecnológica de Mark Zuckerberg se asocia con la empresa de defensa de Palmer Luckey para crear cascos y gafas de realidad aumentada y virtual, en un contrato que podría alcanzar los U$S 100 millones. Silicon Valley afianza sus vínculos con el Pentágono.
El gigante tecnológico Meta Platforms, dueño de Facebook e Instagram, selló una alianza estratégica con Anduril Industries, la firma de defensa fundada por el pionero de la realidad virtual Palmer Luckey, para desarrollar nuevos dispositivos inmersivos dirigidos al ejército de Estados Unidos. Se trata de un hito para ambas compañías, no solo por su valor económico —un contrato potencial de hasta U$S 100 millones—, sino también por su fuerte carga simbólica: Luckey fue despedido de Meta en 2017 tras un escándalo político, y ahora vuelve como socio.
El proyecto, denominado EagleEye, consiste en la creación de una línea de cascos, gafas y dispositivos portátiles resistentes que ofrecerán experiencias de realidad aumentada (AR) y realidad virtual (VR) para operaciones militares. “Finalmente recuperé todos mis juguetes”, ironizó Luckey al referirse al acceso a las tecnologías de VR que había desarrollado en su etapa en Meta, cuando fundó Oculus VR, vendida en 2014 a Facebook por un monto que lo convirtió en multimillonario.
Tecnología para el campo de batalla
El sistema EagleEye está diseñado para mejorar la percepción sensorial de los soldados mediante sensores avanzados capaces de detectar drones a kilómetros de distancia o identificar amenazas ocultas. Además, permitirá la interacción con armamento controlado por inteligencia artificial. El software autónomo de Anduril se combinará con los modelos de IA de Meta para impulsar la plataforma.
“La tecnología de EagleEye ayudará a los soldados estadounidenses a proteger nuestros intereses dentro y fuera del país”, declaró Mark Zuckerberg, CEO de Meta, al anunciar el proyecto. Según las compañías, gran parte del desarrollo ya fue financiado con fondos propios, y avanzará incluso si no se adjudican el contrato oficial del ejército.
Ese contrato forma parte de un plan más amplio del Departamento de Defensa, estimado en U$S 22.000 millones, destinado a equipar a sus fuerzas con dispositivos de realidad mixta. En febrero, Anduril fue designada proveedor principal del programa tras el fracaso de Microsoft, que no logró entregar un visor funcional para las pruebas del ejército.
Silicon Valley cambia su relación con la defensa
La alianza entre Meta y Anduril refleja un giro ideológico más amplio dentro de Silicon Valley. Históricamente escépticos o críticos respecto al trabajo con las fuerzas armadas, varios gigantes tecnológicos están ahora explorando oportunidades en el sector defensa. Meta, por ejemplo, comenzó a reclutar personal con experiencia en el Pentágono y desde noviembre abrió una línea de negocio en IA orientada a aplicaciones militares.
Para Palmer Luckey, el cambio de Meta representa una victoria personal. “Debería verlo como un logro. Logré convencer no solo a Meta, sino a muchos otros, de que trabajar con el ejército es importante”, sostuvo en una entrevista. Su posición política también fue un punto de fricción en el pasado: fue despedido en 2017 tras conocerse que había financiado una campaña contra Hillary Clinton durante las elecciones de 2016, lo que provocó internas dentro de Facebook. La empresa recientemente expresó arrepentimiento por esa decisión.
Una apuesta a largo plazo
Más allá del contrato con el ejército, Anduril confía en que otros sectores de las fuerzas armadas también requerirán estos dispositivos. La empresa, que se ha consolidado como uno de los principales proveedores emergentes del Pentágono, ya colabora con otras tecnológicas como OpenAI, Oracle y Palantir Technologies. Además, figura entre los principales candidatos para participar en la creación del «Golden Dome», un ambicioso plan de defensa propuesto por el expresidente Donald Trump para proteger a EE.UU. de ataques con misiles avanzados.
En un contexto geopolítico tenso y con presupuestos militares en expansión, el acuerdo Meta-Anduril marca un paso firme hacia la integración entre las grandes tecnológicas y el complejo industrial-militar de Estados Unidos. Y, al mismo tiempo, reconfigura las alianzas dentro del propio Silicon Valley, donde los intereses económicos y estratégicos comienzan a pesar más que las antiguas divisiones ideológicas.