El mundo invertirá U$S 580.000 millones en centros de datos este año, más que en explorar nuevos yacimientos petroleros. OpenAI, Meta y Anthropic ya anunciaron planes colosales; la pregunta es cuánta de esa demanda irá a energías limpias.
Un nuevo informe de la Agencia Internacional de la Energía (IEA) muestra la dimensión de la transformación: U$S 580.000 millones previstos en gasto para centros de datos en 2025 — U$S 40.000 millones más que lo que se destinará a buscar nuevos suministros de petróleo—. Ese vértigo inversor no solo redefine prioridades económicas; obliga a replantear la infraestructura energética que sostendrá la próxima generación de inteligencia artificial.
Los grandes compromisos ya anunciados ilustran el fenómeno: OpenAI declaró compromisos por U$S 1.400.000 millones, Meta por U$S 600.000 millones y Anthropic presentó un plan por U$S 50.000 millones. Esos números traen aparejada una pregunta clave: ¿qué parte de esa voraz demanda eléctrica será cubierta con energía renovable?
Periodistas especializados y analistas del sector coinciden en una oportunidad y un riesgo simultáneos. Como apuntó Kirsten Korosec, buena parte de estos proyectos podría recurrir a energía solar porque, en términos regulatorios y de costos, «es mucho más sencillo obtener permisos para instalar paneles solares junto a un data center». Traducido: para muchas compañías, las renovables no serán (solo) una decisión verde sino una elección operativa.
El informe y las conversaciones alrededor del mismo señalan además que la mitad del incremento de demanda eléctrica provendrá de Estados Unidos, con China y Europa completando el resto. Gran parte de las nuevas instalaciones se localizará en o cerca de ciudades de alrededor de 1 millón de habitantes, lo que agrava el desafío de conectar la carga al grid urbano y de evitar cuellos de botella en horas pico.
En ese contexto surgen modelos híbridos que intentan descomprimir la presión sobre las redes. Redwood Materials, a través de su unidad Redwood Energy, propone microredes alimentadas por baterías recuperadas de vehículos eléctricos. Según Korosec, ese enfoque —reutilizar baterías que aún no están listas para reciclaje y armar microgrids enfocados en centros de datos— podría convertirse en un paliativo muy efectivo frente a picos de demanda, sobre todo en regiones con veranos extremos o problemas de suministro como Texas, donde existen cortes programados y «rolling brownouts».
El debate también toca financiación y política pública. Los compromisos millonarios de las empresas disparan preguntas sobre si la magnitud de la inversión «real» se traducirá en construcciones concretas o en proyectos anunciados que nunca materialicen la totalidad del gasto. Además, la tensión entre capital privado y apoyo público quedó expuesta cuando surgió la polémica por la sugerencia de que el gobierno debería avalar préstamos para construir estos centros —una demanda que las firmas han matizado después— y por la búsqueda de incentivos fiscales similares a los del CHIPS Act.
Mientras tanto, la presión sobre startups y proveedores de tecnología verde se intensifica. Si los operadores de centros de datos priorizan renovables, se abrirá espacio para empresas que ofrecen diseño de instalaciones eficientes, gestión avanzada de demanda, microgrids y soluciones de almacenamiento. Si no lo hacen, la huella de carbono de la ola de IA podría crecer de forma sostenida.
En resumen: la carrera por construir la infraestructura digital del futuro ya está en marcha y exige una respuesta energética coherente. El volumen anunciado —U$S 580.000 millones en centros de datos y compromisos de U$S 1.400.000 millones (OpenAI), U$S 600.000 millones (Meta) y U$S 50.000 millones (Anthropic)— convierte a los proveedores de energía renovable y a los diseñadores de microgrids en actores estratégicos. La verdadera incógnita es si la velocidad de despliegue de IA irá acompañada de una transición energética lo bastante rápida y distribuida para evitar tensiones en las redes y minimizar el impacto climático.

