Desde su debut el 30 de noviembre de 2022, ChatGPT impulsó una ola de productos de IA generativa, reordenó la bolsa y disparó debates sobre empleo, burbujas y poder tecnológico.
El 30 de noviembre de 2022 OpenAI presentó al mundo “un modelo llamado ChatGPT que interactúa de forma conversacional”. Tres años después, aquel enunciado aparentemente inocuo se transformó en el punto de partida de una ola de innovación y tensión que sigue definiendo la agenda tecnológica, corporativa y política.
De la viralidad a la euforia del mercado
La irrupción de ChatGPT no fue solo un fenómeno de uso masivo —la aplicación llegó rápidamente a los primeros puestos en las tiendas de apps—: también detonó una revaluación de activos en los mercados. Uno de los ganadores más visibles ha sido Nvidia: según registros periodísticos y de mercado, las acciones del fabricante de chips han subido cerca de 979% desde el lanzamiento del chatbot, convirtiéndose en uno de los motores del rally tecnológico.
Ese dinamismo se trasladó al conjunto de grandes tecnológicas. Las siete empresas más valiosas del S&P 500 —Nvidia, Microsoft, Apple, Alphabet, Amazon, Meta y Broadcom— pasaron a explicar una porción muy superior del índice: hoy concentran alrededor del 35% del ponderado del S&P, frente a cerca del 20% de hace tres años. Ese desplazamiento contribuyó a que el índice subiera en torno a un 64% desde la aparición de ChatGPT.
Entre la promesa y la advertencia: voces que marcan el debate
Mientras algunos celebran la llegada de “la nueva internet” —esperando enormes eficiencias y negocios— otras voces advierten riesgos socioeconómicos y estratégicos. El análisis público incluye diagnósticos contundentes: la periodista Karen Hao señaló que OpenAI ya “ha crecido más poderosa que prácticamente cualquier Estado-nación” y que su influencia está “reconfigurando nuestra geopolítica y nuestras vidas”. Charlie Warzel, por su parte, describió un mundo “definido por una precariedad particular” —una sensación que afecta tanto a generaciones jóvenes que ingresan al mercado laboral como a profesionales con habilidades puestas en jaque por la velocidad del cambio.
Además, figuras del ecosistema reconocen la posibilidad de una burbuja. El propio CEO de OpenAI, Sam Altman, advirtió a periodistas en agosto: “alguien va a perder una cantidad fenomenal de dinero en IA”, mostrando la mezcla de entusiasmo e inquietud que domina a inversores y gestores.
¿Burbuja o revolución durable?
La comparación con la burbuja puntocom de los años 90 aparece con frecuencia: algunos ejecutivos la aceptan como analogía útil —previsión de grandes fracasos puntuales pero de enorme creación de valor agregado en el mediano plazo—; otros creen que la magnitud y el ritmo de adopción hacen la situación radicalmente distinta. En el medio quedan las decisiones de inversión, la regulación y la capacidad de mercado para convertir avances tecnológicos en ganancias sostenibles.
Impactos concretos en empresas y sectores
Más allá de la retórica, la “era ChatGPT” dejó ganadores y perdedores mensurables: hardware de IA (GPUs), servicios de nube, software de productividad y herramientas generativas crecieron con fuerza; a su vez, la concentración de valor en pocas empresas elevó riesgos de mercado —un S&P más “top-heavy” implica mayor exposición a movimientos de esos pesos pesados—. La trayectoria de Nvidia ilustra ese fenómeno: su valorización y demanda de chips han sido determinantes para la estructura de inversión en tecnología en los últimos tres años.
Qué puede ocurrir en los próximos tres años
El futuro no es monocorde. Dos escenarios dominan la conversación: 1) una consolidación donde la IA genera productividad real, nuevos empleos y modelos de negocio sostenibles; 2) una corrección de mercado que castigue valoraciones excesivas antes de que muchas propuestas maduren. Entre ambos polos, el resultado dependerá de regulación, adopción empresarial, evolución tecnológica y de si las compañías convierten la atención en utilidades duraderas.
Tres años después del lanzamiento, la pregunta que domina la discusión colectiva sigue siendo la misma: ¿estamos ante el inicio de una nueva era productiva o frente a una euforia que terminará recortando expectativas y reacomodando actores? Es probable que la respuesta —como suele ocurrir— sea una mezcla: pérdidas importantes para algunos, enormes oportunidades para quienes logren convertir la innovación en valor real.

