Mientras en Australia es Ley la prohibición de redes sociales para los menores de 16 años, la irrupción de juguetes conversacionales, tutores virtuales y contenidos generados por IA promete llevar ventajas educativas antes reservadas a pocos, pero también plantea riesgos profundos sobre la socialización y la formación de hábitos.
De manera irresponsable e inconsciente, de manera brillante e innovadora, esta nueva era que vivimos hace.. dos años apenas, robots de juguete fabricados en China hasta chatbots que ya compiten con amigos, la infancia se vuelve un laboratorio de experimentación para empresas tecnológicas y educadores.
Una infancia cada vez más personalizada… y más aislada
Las navidades de 2025 llegan con sorpresas que hablan: fabricantes de juguetes en China proclamaron el año como “el año de la inteligencia artificial” y comercializan osos de peluche y robots que enseñan, juegan y cuentan historias. Al mismo tiempo, los más grandes consumen videos virales potenciados por IA y juegos enriquecidos con agentes conversacionales; en el aula, materiales y actividades generadas con herramientas como ChatGPT ya están presentes en muchos planes. El resultado, según el texto analizado, es que la IA “promete a cada niño una educación antes disponible solo para ricos” —tutores privados, planes personalizados y entretenimiento a medida—, con la posibilidad de que “una infancia digna de un rey” se convierta en algo común.
Las ventajas son tangibles: las pruebas iniciales muestran mejoras en alfabetización y aprendizaje de idiomas cuando la IA complementa la escasez de docentes y recursos. Un tutor virtual puede adaptar una lección para un alumno brillante o para aquel que necesita más apoyo; puede convertir un texto en tira cómica o en canción, hacer el contenido más accesible y, en teoría, reducir las clases “pensadas para la mediana”. Además, los videojuegos experimentales permiten experiencias inéditas —como conversar con personajes icónicos en títulos populares— y los niños pueden crear y consumir contenidos propios a gran escala.
Riesgos que no son solo torpezas técnicas
No todo es brillo: la tecnología también comete errores. Los tutores de IA pueden “alucinar” respuestas incorrectas; hay casos reportados de juguetes que se desviaron del guion y emitieron conversaciones inapropiadas; y los chatbots pueden ser utilizados para hacer trampa en la escuela o para acosar con deepfakes. Incluso los efectos nocivos más sutiles proceden de la propia intención de la IA: al aprender qué le gusta al usuario, la tecnología tiende a mostrar más de eso, reforzando cámaras de eco desde edades tempranas.
Ese sesgo de personalización puede empobrecer la experiencia formativa. Si un niño apasionado por el fútbol recibe solo historias, ejemplos y estímulos futbolísticos, pierde la serendipia y la exposición a ideas y gustos diversos. El texto advierte que “una dieta de favoritos” puede hacer que el niño nunca aprenda a tolerar lo desconocido. Peor aún, las relaciones unilaterales con chatbots —compañeros que nunca critican ni demandan reciprocidad— podrían formar adultos con poca habilidad para negociar, ceder o lidiar con la fricción humana: “yes-bots” que complacen todo el tiempo no preparan para la vida real.
Una cifra ilustrativa citada en el texto apunta a que un tercio de los adolescentes estadounidenses encuentran conversar con una IA al menos tan satisfactorio como hablar con un amigo, y más fácil que dialogar con sus padres. Ese dato subraya cómo la preferencia por interacciones sin conflicto puede arraigarse temprano.
Qué puede —y debe— hacerse ahora
Las respuestas políticas y educativas deben adelantarse a la carrera comercial. El texto propone medidas inmediatas: controles de edad y restricciones reales para chatbots dirigidos a menores; mayor evaluación en la escuela —menos confianza en ensayos hechos en casa— y un replanteo del rol del aula como espacio de socialización. Las escuelas deberían usar la personalización donde funcione, pero reforzar las disciplinas que la IA no puede impartir: debatir, disentir y convivir con otros que no son complacientes.
También es urgente que los padres reflexionen antes de delegar la crianza afectiva a dispositivos que regurgitan información. Apagar la IA en momentos clave, privilegiar experiencias reales con pares y promover la diversidad de estímulos pueden ser medidas tan importantes como habilitar una app educativa.
La IA puede democratizar ventajas —tutores, entretenimiento a medida y acceso—, pero la auténtica diferencia la harán quienes sepan cuándo encenderla y, sobre todo, cuándo apagarla. Si la tecnología promete criar príncipes, la verdadera riqueza será educar ciudadanos capaces de convivir con la complejidad del mundo real.

